
“En nosotros suelen dormir fuerzas, cantos y pasiones ocultas. Metidos en la vida humana, trabajamos, creamos incluso como se ha creado. Nos invade una felicidad. Y, sin embargo, no somos felices. Una voz nos murmura insistente a cada momento: no es eso. Y de pronto, un instante, una idea, una combinación que surge en nosotros con la rapidez del rayo, nos sacude, nos arroja ante nosotros mismos como ante la entrada de un dios desconocido. Lo mismo que el terremoto sacude la columna sobre su cimiento, así nos estremecemos nosotros hasta el fondo de las entrañas. Entonces echamos a los ojos una mirada de asombro. Es el momento, el Proteo que dormía en nosotros ha abierto los ojos, y decimos lo que había que decir. Estas sacudidas son para nosotros lo que eran para el profeta glauco los lagos y la tortura.*
«La fe del inventor en algo todavía ignorado que él tiene que alumbrar, para que él haya de precipitarse a los abismos y entregar toda su alma al caos, esa fe es cosa eminentemente sagrada; por eso es tan vulnerable y sus heridas tan sensibles, tan difíciles de curar… Tal es el espanto que habita en el corazón del hombre más valiente, en el pensamiento del universo inefable, que no se doblega a nuestras tentativas, sino que se sirve de nosotros para sus experimentos y sus diversiones».
Se aprecia la amargura que rezuma en estas últimas palabras. Toda la voluntad del artista es impotente para vencer la resistencia que a sus fines propios oponen los fines ignorados de la naturaleza. El sentimiento de ser movidos, por no decir manejados, por unas fuerzas más poderosas que las nuestras, no dejará de ser, en la poesía y en el arte, cada vez más agudo, más dominante. «Es falso decir: Pienso. Se debería decir: Me piensan».
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