lunes, 12 de mayo de 2025

MANIFIESTO DEL ORO DEL ARTE ESPAÑOL

Nosotros proclamamos la existencia de un linaje oculto, entre velos, en el arte español, que recorre siglos de imágenes delirantes y litúrgicas. Este arte eminentemente Español, ácrata en su esencia y sanguinolento, ha de ser (y sólo puede ser) fanático, paranoico, mórbido, y católico hasta los huesos. Una conspiración estética que propone una teoría poética y provocadora: la que recorre la senda del Oro Español (oro alquímico, filosófico, crucificado, rojo) bajo un celo religioso y secreto.

Nosotros, convocados por la lógica imaginaria de la 'Patafísica, proclamamos un hilo secreto que atraviesa siglos: un linaje eminentemente español de artistas videntes, practicantes ora voluntarios, ora involuntarios de la Goecia.

Desde la Edad Media, con el maestro Ramón Llull, emerge una tradición de creadores que buscan convertir lo vil en divino. Esta escuela oculta fundó un “arte alquímico luliano” que fue el eje fundamental de la cristiandad latina. Todo su decoro barroco y visionario bebe de esa cábala macabra: lo cotidiano tiene tras de sí demonios y resplandores dorados.

La muerte domina en todas partes. En Goya, Saturno devora a su hijo en un festín infernal; en Velázquez, las damas de la corte ocultan una crueldad subyacente. El paisaje mismo, como en Vista de Toledo de El Greco parece un escenario de catástrofe inminente: el cielo nocturno hiende rayos sobre las colinas, preludiando guerras y pestes, como apuntan los historiadores del arte.

Paisajes enloquecidos y personajes tocados por el delirio: Velázquez pinta bufones que nos miran recelosos desde el espejo ambiguo, y Cervantes imagina molinos que son gigantes o santuarios torturados. La sospecha está en el aire (los Reyes absolutistas, la España del Siglo de Oro, el miedo a los herejes) y la reflejan los cuadros como espejos rotos.

Y proclamamos que hay que amar la carne podrida y las calaveras benditas. Valdés Leal fue apodado “pintor de los muertos” por sus vívidas estampas de cráneos y mortajas: la muerte no es final, sino un arte consumado. Alonso Cano, el barroco granadino, tuvo una vida “disoluta, pendenciera y salpicada de sangre”, y aun así talló santos extáticos. Todo en este linaje transpira Vanitas y sacrificio.

Este arte sin igual es el cuerpo eucarístico de la nación, transformado, transmutado, destilado, y sublimado. Todos Los Santos Místicos Españoles petrifican la carne en leyenda: Dalí sufre en la cruz cósmica – reinterpretación en clave nuclear de la Crucifixión. Gaudí da cuerpo litúrgico al edificio (la Sagrada Familia, catedral algorítmica de carnes pétreas) se yergue gótica hacia el absurdo, como un tabernáculo de cuernos dorados. Y los poetas místicos como San Juan dejan congojas aurificas en versos (la Llama de Amor Viva, la Noche Oscura). El oro aquí es la comunión: la hostia, el reflejo dorado en el pan, el resplandor de reliquias. Recuerda que el “símbolo del oro es la experiencia más perfecta” de la unión humana con Dios. Cada artista-Mago cruza su pupila con lo divino y lo inmola en el crisol velado del oro crucificado.

Así, la arquitectura misma se funde con esta alquimia secreta. La Sagrada Familia se alza salvaje y orgánica: torres que son lanzas que apuntan a lo infinito, caras grotescas talladas en piedra (Káiros, representado en pináculos que parecen cráneos dorados). Es un altar en constante edificación; un infinito que se alza sin fin en paredes curvas donde la luz cala como un cuchillo litúrgico.

En esta nuestra regia familia patriarcal conviven los santos místicos del alma torturada. San Juan de la Cruz, el maestro carmelita, aparece eternamente con su cruz –la cruz de hierro de las experiencias intensas– y al pie del monumento se lee: “Señor, padecer y ser despreciado por Vos”. Él es la síntesis medieval del alquimista moderno: el monje que funde sus tormentos con los estigmas divinos. Bajo su sombra, otros heraldos oscuros se alzan: la arrogancia quijotesca de Miguel de Cervantes (que llora en humor negro la agonía de un imperio glorioso), y la rabia cósmica de Fernando Arrabal (que, hijo de la estirpe reciente, arenga desde el absurdo un apocalipsis de jamón y fantasmas). Cervantes hizo de la locura caballeresca un espejo del oro derretido de la razón humana; Arrabal, descendiente pontifical del esperpento lorquiano, levanta catarsis en obras donde la comida, el sexo y la sangre se mezclan en tótems surrealistas. Ellos también exploran ese linaje: el manicomio de don Quijote y los teatros de Arrabal son altares disfrazados de festín. En todos resuena un grito compartido: el mismo mito fundacional a la española, el Don Quijote del alma infecta con gozo pasional, la herencia intangible de lo sagrado y lo profano.

Nuestro Oro es Rojo. Es la sangre del mártir, la santa ira, la violencia catártica. Es la dorada sangre española de los toros, la de los cuerpos descuartizados de Goya o las muñecas decapitadas de Arrabal. ¡ESPAÑAÑA! Este oro nace de la ira: la Sangre de Cristo comparte aquí escenario con el holocausto de la matanza. Furor de los siglos, memoria asada en hogueras de la Inquisición, rabia crística y rojísima. En un giro irónico, este oro también es un perfume de elocuencia, y un encendido exvoto cáustico a lo macabro; y al mismo Dios fervoroso, a la vez maternal y espantoso.

Nos bañamos en rojo. La sangre del toro, la sangre de Cristo, la sangre de la Virgen, son metáforas constantes. En unos la Pasión se hace vino, en otros se derrama literal (los lienzos negros de Goya rugen con vísceras y agónicos martirios). El “oro rojo” de la pasión martirial es la sustancia vital que anima esta estirpe: desde el busto de San Sebastián traspasado por flechas hasta los paisajes con venas de lava líquida.

El paisaje de Vista de Toledo, inaugura el género lírico del paisaje español, celebrada como puerta del expresionismo y del surrealismo. Cielo convulsionado, árboles retorcidos, montañas fantasmagóricas y una atmósfera tensa que anuncia la inminencia del desastre. En este lienzo el Greco actúa como genuino alquimista: re-liga los pigmentos con la mística católica y procrea Oro alquímico, una visión transmutada del mundo. 


Velázquez, por su parte, se hace eco de esa mirada, transformando la realidad en laberintos ambiguos (véase Las Meninas o el autómata Velázquez dentro del espejo). Entre demonios y caprichos, los maestros barrocos y románticos edificaron un escenario onírico. La tradición oculta sigue un ritual alquímico: Los verdaderos artistas son magos que depuran el alma con fuego.

Es la transmutación del dolor y el caos en sublimidad, como el bendito viaje interior de San Juan de la Cruz en la Noche Oscura del Alma. Artistas como El Greco y Goya operan (literalmente, en la Quinta del Sordo) para destilar en Saturnino sacrificio su licor áureo, (las tintas negrísimas liberan el mineral dorado de la salvación).

Es la sabiduría oculta tras la locura. En Don Quijote el caballero dorado busca la verdad en esta locura, convirtiendo a su Dulcinea en ideal quemado de una España escuálida. Criptogramas de un saber maldito, filosofía de lo sagrado desencuadernado.

Este manifiesto no aspira a la explicación racional, sino a invocar la Verdad Oculta de entre la tradición del Arte (mágico) Español: que tras el folclore y la historia aparente late un culto secreto. Nuestros creadores han sido alquimistas espirituales: han transmutado el guiso oscuro de su locura española en oros distintos. Oro alquímico de visiones místicas, oro filosófico de sabidurías enterradas, oro crucificado de redenciones torturadas, y oro rojo de sangre santa derramada. Avisado quedas lector, percibe pues en la anamorfosis de Las Meninas, en la bruma toledana, en el Cristo nuclear, el mismo impulso fanático y beatífico. Detrás de cada obra late un resplandor secreto, una luz que se abre en lo más negro que lo negro; una conversión de lo profano a lo divino. El alma oculta del Arte Español es un motor de efervescencia continua, un conjuro de lo impensado (Ay, ¡Esperpento!), una secta de locos santos que encierra en cada símbolo la promesa de la salvación nacional. En esta teoría delirante yace una revelación: cada pincelada, escultura o verso lleva en su plomo un germen de purísimo oro. Quizá esto suene a jerigonza, pero nuestras historias de fantasía así lo dictan. Este fanatismo español y apocalíptico que proponemos atraviesa con invisible aguja el lienzo de la historia, hilando delirios de fe y muerte. Y en su hilván, descubridor de misterios, os entregamos este pálpito supremo: en el Arte Español todo es transmutación.
                                    
                                                 ¡Vamos! ¡Vamos! 
                                                                        ¡Buenos vecinos! 
                                                                                  Y... ¡Tocino veloz y Vino!*

   
Ramón Llull; Santo converso y proto-científico: evangelizó a la Alquimia. Se le consideró “fundador de la escuela de quienes practicaban la alquimia”, un adepto de templos egipcios y druidas que legó un arte hermético cristiano. Su Ars Magna germinó la cábala y el oro filosófico de nuestra tradición.

El Greco; Fantasma manierista, voz de La Señora del Monte Carmelo. Este cretense llegado a Toledo pintó crucifixiones delirantes y monjes de ojos de fuego, comunicando “ansias de comunicación del hombre con Dios” como místico bornés. Su luz alucinada y ángeles esqueléticos preludian el fervor paranoico español.

Zurbarán; Pintor de santos y mortajas; lo profano y lo sagrado fundido en la penumbra. Su obra ha perdido poco de su fuerza atemporal: hábitos negros que llaman al silencio, corazones ensangrentados en formas simples. Su lienzo es un oratorio vivo de huesos y eucaristía.

Juan de Valdés Leal; Maestro del vanitas supremo. En In ictu oculi retrata a la Muerte triunfante cargando un ataúd, y en Finis gloriae mundi corren ríos de cadáveres. El hermano de Zurbarán pintó memento mori con una frialdad quirúrgica; por eso se le llamó “el pintor de los muertos”. Su fe se ve en la gracia sádica con que desempolva calaveras.

Alonso Cano; aquel “pintor místico” de Granada cuya biografía está “salpicada de sangre”. Talentoso escultor y pintor, se le describe con aura maldita: bebedor, colérico, pero siempre esculpiendo la carne del verdugo con el fervor de un devoto. Su Magdalena penitente llora sobre la pasión con la viva intensidad del barroco.

San Juan de la Cruz; Carmelo descalzo y poeta de lo oculto, ensayó en la “Noche oscura del alma” la travesía hacia Dios por ríos subterráneos. Él es “padre espiritual” del oro oculto español: dejó imágenes de transformaciones químicas del alma en la forma de coplas cifradas. Sin él, no habría alquimia cristiana verdadera ni versos rubricados en sangre mística.

Miguel de Cervantes; conjura gigantes en molinos y santos sin rostro. Sus relatos encierran un humor negro irónico ante la fe patrística: Don Quijote, enamorado hasta la locura, es un peregrino de lo absurdo, venerando reliquias rotas y buscando el Origen de todo significado. El Persiles y sus viajes anárquicos son procesiones de herejía en clave barroca. Cervantes burla y ama la Semana Santa; sus héroes palidecen ante la daga del fanatismo.

Federico García Lorca; Poeta cautivo de la tradición andaluza. Lorca reafirma “mitologías de la religiosidad naturalista” en cada lamento: canta Sacras Mareas, canta la pasión de gacelas y campanas. En Romancero Gitano la luna es cura y azucena es fe retrotraída. Su sangre derramada en 1936 se torna sacramental: Pasión gótica contra la hipocresía del cura.

Salvador Dalí; Príncipe de la inteligencia catalana y genio hispánico vestido de gran dandy. Fue símbolo del caos lógico y luego abrazó la cruz: “se había convertido al catolicismo y se fue volviendo más religioso con los años”. El surrealismo nuclear, planetario y monárquico de Dalí (Cristos con yodo, visiones subatómicas del cuerpo) es oro caro: fusiones de ciencia y dogma que remueven las entrañas. Dalí venera la imagen del Crucificado y el Sol bomba como objeto de culto sacrílego.

Luis Buñuel; Hereje de la cámara, socarrón aragonés de mirada de sable. Su cine abre tumbas mentales: insectos en la bañera, curas mascando papel, vírgenes caídas. “Imposible de entender sin su interés por la religión”, escribió un estudioso: Buñuel fue «ateo, gracias a Dios». Su humor negro es comunión con lo sagrado y lo blasfemo, con la certeza de que la Iglesia misma es un laberinto demoníaco.

Fernando Arrabal; Loco sagrado del teatro Pánico. Sátrapa Trascendente. Co-fundador de un movimiento que paraliza la lógica, Arrabal creció entre cohetes de Franco y estampas marianas. Su obra bebe de profecías apocalípticas y pantagruelismos de sangre; cada palabra suya es un conjuro fragmentado. Su furia poética se siente emparentada con nuestros locos santos.

Antoni Gaudí; Arquitecto de Dios que hizo de piedra carne. Su Sagrada Familia es “una versión en piedra de la tradición cristiana”, vidrieras de espinas y torres de coros estridentes. La Iglesia le confía milagros: murió con fama de santidad y hoy su tumba lleva la placa de “Arquitecto de Dios”. Gaudí no pintó con pincel sino con gárgolas y columnas, construyendo un tabernáculo (CASA-DIOS) de proporciones desquiciadas.

En este linaje, cada obra es una transmutación. El taller del aragonés Goya funcionó como retorta donde brotaban Pinturas Negras que convierten la guerra napoleónica en oro oscuro. Se podría recordar la imagen: un cráneo mastica un corazón de Sol. El poeta y el místico son demiurgos febriles: transforman grito en poema y daga en crucifijo-navaja de Albacete.

Así, en este Manifiesto nos coronamos de espuma, de incienso y Vino: reivindicamos el derecho de la belleza a ser fea, la locura a ser arte, el sacrilegio a ser sagrado. Recogemos el testigo de Alonso Cano y Goya, de San Juan y Dalí, el genio errático pero lúcido de Leopoldo María Panero deambulando de manicomio en manicomio; una chispa divina, antorcha viva, que en un profundo éxtasis, también prende e ilumina a Santa Teresa de Jesús, a los sortilegios encriptados de Remedios Varó, las Greguerías de Ramón Gómez de la Serna (perlas metafóricas, oscilando, siempre espléndidas, entre Poesía y/o Umor) o el cine ibérico-hermético y mágicamente tocado por la Gracia del granadino Val del Omar; nos hacemos cónsules del delirio católico, guardianes del precipicio donde la Cruz brilla con 4 gotitas de sangre.  Desde los sigilosos laberintos de Llull hasta la última pincelada del Renacimiento español, cantamos el Evangelio de lo oculto. ¡Viva la comedia sublime del Arte Español! ¡Abajo la cordura complaciente, viva el fanatismo clandestino, vivo el oro crucificado y la materia encontrada en la sangre del Espíritu! Nos fundimos con el mito y proclamamos: un nuevo tiempo está pintado en el reverso de los tapices, en la sangre de los místicos, en el latido convulsivo de la memoria Española. Así sea en la pátina del tiempo y en el humo de las catedrales. 

NOTA: Conforme a una idea sugerida por el General Juan Marcos Crowley.
Firmado; científicamente: Sin Autores.

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